Le podría contar acerca del crecimiento de mi amiga en su casa junto a un padre alcohólico quien le pegaba a su madre. O le podría contar acerca de cómo era la vida cuando sus padres se divorciaron, o cuando no podía ver a sus hermanos o hermanas porque vivían con su padre. Le podría dar detalles acerca de ser violada a la edad de 15, o le podría contar acerca de cómo era la vida cuando vivía en una relación abusiva con su enamorado durante cuatro años. Le podría compartir acerca del dolor de estar embarazada por tres meses y después perder al bebé. Pero en vez de esto, preferiría contarle acerca de cómo estas experiencias la han hecho una persona más fuerte. Le quiero contar acerca de la persona de la cual es ella ahora. Ella crecío sin conocer lo que era el amor. Quizás esto era el resultado de la cultura en que creció. Nadie nunca le decía que la amaba, ni siquiera sus propios padres. Esto era simplemente algo que nunca conocieron cuando ellos crecieron en sus casas, y por eso ella no lo conocía tampoco. Se sentía como una extraña y la gente siempre le llamaba “la niña flaca y fea”. Creía que esto era porque no era el único varón de su familia, o porque no era la menor. Simplemente no entendía por qué la trataban así.
Su familia tenía muchas esperanzas altas en ella, la mayor de todos los hijos. Pero cuando era niña no los entendía. Observaba la clase de tratamiento las mujeres recibían en su familia. Casi no eran seres humanos; eran más bien máquinas que trabajaban pero que nunca hacían las cosas muy bien. Como consecuencia, ella hice lo que me parecía correcto. Era una estudiante ejemplar y siempre había obtenido los puntajes más altos durante casi toda la secundaria. Y se graduó de la universidad con honores dobles. Sin embargo, esto no bastaba. Esto solo no parecía agradar a sus padres.
Había crecido en la iglesia, pero esto era sólo otro deber más que tenía que hacer. Casi toda la gente de su familia era “cristiana durante las mañanas de cada domingo” y se prometió a ella misma que tan pronto como pudiera decir “no”, cesaría de asistir. Y tan pronto como se alejó de su hogar, dejó de ir a la iglesia.
Entonces su vida se llenó de amigos que no necesitaba y las esperanzas que conocía de niña no existían más. Pero esto no era lo que ella quería.
Lo que cambió su vida no fue algo extraordinario, pero algo inesperado. Fueron dos comentarios simples: uno de su hermana menor y otro de su hermano. Esto sucedió casi cuatro años atrás, pero sigue escuchando las mismas palabras en su corazón.
Su hermana le dijo, “Estás buscando amor en todos los lugares equivocados.” Y su hermano le dijo, “No sé qué haces los viernes y los sábados en la noche, pero quisiera que vinieras conmigo a la iglesia el domingo.”
No podía parar de pensar en esas palabras. Sabía que las palabras de su hermana eran verdaderas y sabía que tenía que ir a la iglesia, aún si era solamente porque su hermano se lo había pedido. Ahora podía ver algo diferente en las vidas de sus hermanos, algo que deseaba tener. Ellos tenían paz.
Aprendió que esta paz provenía de sus relaciones con el Padre Celestial que ni hería ni pegaba. Él era un Dios quien conocía todo acerca de ellos: conocía cada herida que ellos habían sufrido, cada gozo y cada secreto. Dios les amaba completamente y había enviado a Su Hijo Jesucristo para que pudiera tener una relación con ellos. Aprendió que Dios la amaba a ella también.
Ese año regresó a la iglesia con una nueva visión. No lo hizo por deber u obligación. Era la oportunidad de escoger entregar su vida a Dios. Hizo una oración similar a esta:
“Señor Jesús, quiero conocerte personalmente. Gracias por morir en la cruz por mis pecados. Te abro la puerta de mi vida y te pido que entres en ella como mi Señor y Salvador. Toma el control de mi vida. Gracias por perdonar mis pecados y por darme la vida eterna. Hazme la clase de mujer que deseas de mí.”
Ahora sé que soy creada a Su imagen, y soy perfecta en Sus ojos. Él es el padre y la madre que encuentro en casa. Me escucha, se ríe conmigo, llora conmigo, y me abraza y consuela cuando nadie más puede.
Hoy está agradecida al ver hacia atrás y observar la persona quien era, y al ver cómo Dios ha cambiado su vida estos últimos cuatro años. ¡Es difícil creer que era una persona callada y cerrada, con ninguna motivación o empujó en la vida! Su corazón está lleno de amor (siempre lo ha estado) pero nunca había podido compartirlo hasta que entregó todas su dificultades a Dios.
Gracias señor por todo lo que me has dado ami y a mi familia
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